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La reacción del mundo

En el verano boreal de 1942 los Aliados tenían información fidedigna sobre el exterminio del judaísmo europeo, pero se concedió la prioridad a ganar la guerra, sin desviar recursos para bombardear las cámaras de gas de Auschwitz y las vías férreas que conducían a ese sitio.
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En junio de 1942, la BBC transmitió desde Londres la noticia del exterminio de los judíos de Polonia. La información que llegaba al mundo libre era correcta y confiable. Lo que hacía falta era demostrar empatía, hacer un llamado a la ayuda inmediata y ejercer presión sobre el régimen nazi que actuaba impunemente y sin darse pausa. Si bien a fines de 1942, el presidente Roosevelt y el primer ministro Churchill hicieron una advertencia pública en la que señalaron que los alemanes serían responsables de crímenes contra la humanidad, la concepción política que predominaba entre los estadistas y militares era que se debía poner el énfasis en la victoria militar, puesto que sólo ella solucionaría el problema de la persecución de los judíos.

Un argumento similar fue expresado ante quienes suplicaban bombardear las instalaciones de exterminio de Auschwitz-Birkenau y las vías férreas que conducían a ese campo. Esos pedidos fueron rechazados por los gobiernos británico y estadounidense con el argumento de que el bombardeo de las cámaras de gas iba a insumir medios indispensables («protección aérea vital para el éxito de nuestras fuerzas ocupadas en operaciones decisivas») y que su efectividad era dudosa y podría tener resultados contrarios a los deseados: Alemania podría arreciar el trato hacia los judíos.

En junio de 1944, en una misión aérea destinada a fotografiar fábricas alemanas, aviones norteamericanos tomaron una serie de fotografías de Auschwitz en las cuales se ven claramente las instalaciones letales. Sin embargo, en los bombardeos que se realizaron el 20 de agosto las bombas cayeron únicamente sobre las plantas fabriles anexas. Ninguna fue arrojada sobre las cámaras de gas.

Las noticias sobre el asesinato de los judíos llegaron al Vaticano ya a fines de 1941. En marzo de 1942, se solicitó al Papa intervenir para impedir la deportación de los judíos eslovacos a Auschwitz. Aparentemente su presión sobre el clero eslovaco influyó sobre la decisión de interrumpir temporalmente las deportaciones. Los Aliados imploraron varias veces al Papa emitir una declaración de condena a las acciones de Alemania, pero el Vaticano se conformó con un comunicado general contra «las atrocidades de la guerra».