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La expansión alemana y la política antijudía

En junio de 1941 los alemanes ya habían conquistado la mayor parte de Europa. Aunque la política antijudía era diferente en Europa occidental y oriental, la meta final era idéntica: expulsar a los judíos de los territorios bajo dominio alemán o la muerte como consecuencia de las condiciones imperantes.
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En un lapso de menos de dos años, desde la conquista de Polonia en septiembre de 1939 hasta la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941, Alemania consiguió apoderarse de la mayor parte de Europa: Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Francia, Yugoslavia y Grecia fueron ocupadas después de breves campañas.

Al témino de la exitosa campaña militar, se amplió más aún el control alemán sobre los judíos europeos. Los países del sureste: Eslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria aceptaron de buen grado las imposiciones de Alemania y fueron incluidos en la esfera de influencia de ese país. En el amplio territorio del continente europeo, considerado el ámbito del Nuevo Orden, los nazis se veían amos y señores del destino de los judíos.

Si bien había diferencias en los métodos y la intensidad en el trato impartido a los judíos, dado que en occidente los ocupantes alemanes debieron tomar en cuenta la posición de la población local y concedieron a las administraciones de esos países una mayor autonomía; la ideología nazi no hizo distinciones entre los judíos, irrespectivo de sus orígenes. Los nazis eran conscientes de que el antisemitismo en Europa occidental no tenía la misma intensidad y popularidad que en los países del Este y de que los judíos de occidente eran considerados por muchos de sus habitantes como miembros de la nación. Por ello, los nazis no erigieron guetos en esos países como lo hicieron en el este del continente, donde encerraron a los judíos en condiciones terribles de hacinamiento, trás de vallas y muros, con la ayuda activa de muchos de los habitantes locales, aislándolos del mundo exterior, privándolos de sus fuentes de trabajo y condenándolos a una vida de humillación, pobreza, decadencia y muerte. Aún así, en Europa occidental los nazis implementaron una política de «arianización» (venta forzada de bienes) y discriminación, que fue ejecutada paulatinamente.

A pesar de las diferencias, la meta central de los nazis era idéntica: eliminar la presencia judía por medio de la expulsión o la muerte causada por las pavorosas condiciones de vida.

El expolio de las posesiones de los judíos

La expoliación de los bienes pertenecientes a los judíos era una parte integral de la política nazi. Las propiedades y las riquezas acumuladas con trabajo y creatividad, y que constituyeron por muchos siglos una parte integral de la actividad económica y cultural de Europa fueron usurpadas de forma sistemática.

Inmediatamente después de su asunción al poder, los nazis se dedicaron a expulsar a los judíos de la vida económica. A partir de 1938 el proceso recibió validez legal. Al comenzar la guerra, este método fue trasladado a los países ocupados. Inmuebles, fábricas, tiendas y talleres artesanales, riquezas culturales y obras de arte fueron confiscadas por orden de las autoridades nazis.

En Europa oriental el robo continuó dentro de los guetos. Después de las deportaciones a los campos de exterminio, la población local se apoderó de las casas y parte de los bienes judíos. De los campos de muerte partían constantemente trenes con los efectos personales de las víctimas.