Después de la Segunda Guerra Mundial los Aliados habilitaron campos de desplazados en las zonas de ocupación que administraban en Alemania, Austria e Italia. Sus primeros habitantes fueron los supervivientes de los campos de concentración liberados por los Aliados en suelo alemán. Las condiciones de vida en esos campos eran insoportables, especialmente en los primeros meses de su existencia. Muchos de ellos habían sido campos de concentración y cuarteles militares alemanes. Tanto fue así que los sobrevivientes del Holocausto se encontraron nuevamente detrás de alambradas de púas, sufriendo por la falta de alimentos, vestido y medicinas.
Relataba sobre eso el enviado Haim Avni: "Todo parecía estar bajo una luz demasiado fuerte y bajo un ruido extremadamente agudo. Sólo con respirar ese aire, comprenderás que aquí viven personas que ya habían pasado por su muerte hacía mucho tiempo. Los ojos todavía están colmados de las visiones de sufrimiento, los labios todavía sonríen con cinismo y las voces de los sobrevivientes claman: ¡Todavía no hemos muerto!"
En los campos de desplazados residían judíos junto a miembros de otras nacionalidades. Entre ellos había antisemitas y personas que durante la guerra habían atacado a judíos. En el verano de 1945 Earl Harrison –enviado especial del presidente de los Estados Unidos Harry Truman- escribió un informe sobre la delicada situación de los judíos en los campos de desplazados. Como consecuencia del informe los refugiados judíos fueron transferidos a campos separados, comenzaron a dirigir en forma independiente aspectos diversos de sus vidas y las condiciones de existencia fueron mejoradas. Los norteamericanos permitieron a instituciones de ayuda judeo-americanas y a activistas llegados de la tierra de Israel realizar actividades en los campos. En los situados en la zona de ocupación británica –en la cual la mayoría de los refugiados judíos estaban concentrados en el campo de Bergen-Belsen- las condiciones eran mucho más duras.
Así lo contaba el sobreviviente Eliézer Adler: "Tomaban un barracón y lo dividían en diez cuartos pequeños para diez parejas. El instinto de vivir superaba todo: a pesar de todo estoy vivo, e incluso una vida intensa. Tomamos niños y los convertimos en seres humanos. […] ¿La cuenta con el Holocausto? ¿Quién tenía cabeza para ello? Sabías cuál era la realidad, que no poseías familia, que estás solo, que debías hacer [algo]. Estabas ocupado en la actividad. Le diría a los jóvenes: el olvido es algo grande. Una persona puede olvidar, porque si no podría hacerlo no lograría construir una vida nueva. Después de esa destrucción ¿construir una nueva vida, casarse, traer niños al mundo?"
Después del Holocausto había en Polonia decenas de miles de sobrevivientes que habían regresado de la Unión Soviética. En vista de la destrucción del judaísmo y del antisemitismo en ese país, que llegó a su cénit en el pogromo de Kielce en julio de 1946, los judíos decidieron pasarse al oeste, a la zona de ocupación norteamericana. También estos llegaron a campos de refugiados. En 1947 se les agregaron desplazados de Checoslovaquia, Hungría y Rumania, y el número de habitantes de los campos de desplazados alcanzó el cuarto de millón.
La mayoría de los desplazados consideraban a la vida en los campos como un arreglo temporal. Esperaban abandonar Alemania en cuanto pudiesen, y a menudo Europa. A pesar de ello y a pesar de las difíciles condiciones en las que vivían, los judíos los convirtieron a los campos en centros de actividades sociales, culturales y educativas de todo tipo. El escritor superviviente del Holocausto Aharon Apelfeld comentaba: “Aparecieron las primeras troupes de entretenimiento: una mezcla de ancianos y jóvenes, entre ellos exactores, cantantes juveniles que crecieron en los búnkeres y toda laya de gente flaca que encontraban consuelo en ese tipo de distracción. Esos conjuntos surgieron espontáneamente y pasaban de un campo a otro. Cantaban, recitaban, contaban chistes. [...] Era la voluntad oculta del instinto de existencia de devolvernos al círculo der la vida.
Los judíos de los campos de desplazados establecieron teatros y orquestas, realizaban eventos deportivos y publicaban más de 70 periódicos y revistas en ídish. Fueron los primeros en investigar el Holocausto y conmemorar su recuerdo. Recolectaron los primeros testimonios de los supervivientes y documentación escrita, y realizaron ceremonias de conmemoración a las víctimas.
Los supervivientes se vieron a sí mismos “liberados pero no libres”. Su punto de partida era su herencia única – pero su reacción fue una respuesta nacional. “Precisamente en los campos de desplazados, sin el marco de una sociedad que los absorbiese, su rehabilitación pasó por la formación de una sociedad nueva, que luchaba por su existencia nacional al mismo tiempo que lo hacía por la rehabilitación de sus miembros. Los campos eran una especie de modelo de transición gradual de la Europa castigada a una vida nueva – en Israel o América”, escribió la investigadora Hagit Lavski.
En los campos desarrollaban actividades partidos judíos religiosos y laicos, sionistas y socialistas, herencia de la vida política intensa en Polonia de preguerra. Con todo, debido a la influencia del trauma del Holocausto y de los enviados llegados de la tierra de Israel, el sionismo ocupaba un lugar dominante en la vida política. Muchos de los refugiados demostraban una conciencia política fuerte y deseos de salir de Alemania, en especial en dirección a la tierra de Israel. Prueba de ello fue el establecimiento de granjas colectivas de capacitación agrícola en las que preparaban su emigración a la tierra de Israel.
Durante 1948 fue establecido el Estado de Israel y fueron modificadas las leyes de inmigración estadounidenses. Eso facilitó la emigración de muchos habitantes de los campos de desplazados. Estos fueron clausurados en 1950, a excepción del de Frenwald, que funcionó hasta 1957. La mayoría de los desplazados emigraron a Israel, alrededor de un tercio a los Estados Unidos y decenas de miles permanecieron en Europa, incluida la misma Alemania, que restablecieron comunidades que habían sido destruidas en el Holocausto.
En los primeros meses de la posguerra apenas si había algún niño de menos de cinco años en los campos de desplazados; de entre los sobrevivientes sólo un 3% eran niños y adolescentes de 6 a 17 años. La mayoría de los sobrevivientes habían perdido a toda su familia y los sentimientos de pérdida y soledad estaban acompañados por el deseo de establecer familias propias. Eso provocó una plétora de matrimonios después de la liberación. Hubo incluso bodas grupales en algunos de los campos y no era raro que los recién casados provinieran de diferentes países. Entre 1946 y 1948 el índice de natalidad en los campos de desplazados era el más elevado del mundo. El cuidado médico de los recién nacidos y las jóvenes madres, proporcionado en colaboración con organizaciones de asistencia, era uno de los desafíos primordiales.
Los educadores en los campos de desplazados tuvieron que enfrentarse con graves problemas, tales como analfabetismo, la falta de concentración de los alumnos y la carencia de un lenguaje común de instrucción.
Además debían ocuparse en reconstruir la fe y la confianza en el mundo de los adultos, que los niños y adolescentes habían perdido durante la guerra. En realidad no sólo habían perdido la confianza en los años de la guerra, sino a menudo su niñez entera. Los horrores del Holocausto los habían convertido en adultos en un instante.
Los sobrevivientes venían de los más diversos países de Europa y no habían tenido nunca la oportunidad de estudiar algo o perdieron sus habilidades durante la guerra.
Más aún, había escasez de aulas, libros de texto, cuadernos y otros útiles. Al principio no había maestros capacitados en la mayoría de los campos; sin embargo, rápidamente fueron envidos profesores competentes desde la tierra de Israel, los Estados Unidos e Inglaterra. Junto a las materias corrientes tales como lectura, escritura y matemáticas, fueron incluidas en el currículo hebreo, historia judía y geografía de la tierra de Israel. La comunidad ortodoxa asistió al establecimiento de "yeshivot" (academias rabínicas).
En conjunto con la crianza de los niños, la educación de los jóvenes fue organizada con el propósito de prepararlos para un futuro de trabajo. Esto comprendía clases de costura y sastrería, lecciones de hebreo y capacitación agrícola.
No habría de pasar mucho tiempo para que se desarrollase una vida cultural vibrante en los campos de desplazados. Para muchos de los reclusos las actividades culturales equivalían a una especie de rehabilitación espiritual, que tuvo como expresión la formación de orquestas y grupos teatrales. Muchos consideraban una expresión de desquite personal al hecho de que el renacimiento de la cultura judía se realizase justamente en Alemania.
Sobre el escenario se ejecutaban obras clásicas judías, se procesaban las experiencias en los guetos y los campos y se expresaban los sueños sobre la tierra de Israel. Una importancia singular tuvo la publicación de periódicos, especialmente en ídish. Dado que durante la guerra la mayoría de los habitantes habían estado desconectados casi totalmente de toda información, y carecido de la posibilidad de expresar sus opiniones, poco después de la liberación se comenzó a publicar vigorosamente. Esto se vuelve más impresionante aún si tenemos en cuenta de que el papel estaba severamente racionado y era casi imposible conseguir máquinas de escribir. Casi todos los campos tenían su propio periódico en el cual, además de los informes de las experiencias de los sobrevivientes y las noticias de búsquedas, se publicaban artículos de deportes, anuncios de bodas y nacimientos, informes políticos de los campos de desplazados y noticias del mundo y de la tierra de Israel.
El renacimiento del judaísmo ortodoxo tuvo su expresión entre otras cosas en el establecimiento de “yeshivot” (academias rabínicas). Escuelas religiosas fueron habilitadas en lugares como Bergen-Belsen y Föhrenwald. Las festividades judías eran ocasión para realizar encuentros y celebraciones, pero más importante todavía, constituían el renacimiento de costumbres religiosas en la vida de las personas después del Holocausto.
Después de la liberación muchos sobrevivientes sintieron la necesidad de que sus recuerdos no cayesen en el olvido. Por una parte todo lo concerniente a los horrores del Holocausto, que fueron resumidos y publicados en los periódicos de los campos. Por la otra, los sobrevivientes deseaban conmemorar a sus comunidades destruidas y resumir sus historias en libros recordatorios ("Yzkor"). Al mismo tiempo se sintió la necesidad de poner lápidas sobre fosas comunes y monumentos para las víctimas cuyas tumbas se desconocía. Los métodos de recordación eran variados e iban desde los ritos tradicionales a formas modernas de conmemoración.
Además de actividades culturales y políticas, en los campos de desplazados se establecieron clubes deportivos y se organizaron competencias. Estos eventos revistieron gran importancia para los supervivientes, dado que enfatizaban su independencia y fuerza de espíritu y significaban para ellos un retorno a la normalidad.
Cada periódico que se publicaba incluía una sección de deportes y en las secciones de publicidad era frecuente encontrar anuncios e invitaciones a eventos deportivos.
Para la mayoría de los supervivientes su identidad judía constituyó una cuestión existencial después del Holocausto. Los horrores de la Shoah les hizo comprender que no podrían continuar siendo una minoría rechazada. Para muchos la única solución a ese problema era el sionismo. La preeminencia de este en comparación con otras escuelas de pensamiento, comunes antes de la guerra, puede ser explicada por el hecho de que los sionistas eran los únicos que poseían una plataforma coherente después de la catástrofe del Holocausto. Además estaban organizados y actuaban. En la primera conferencia sionista en los campos de desplazados después de la guerra, realizada en Bavaria, se hizo un llamado a la disolución de la diáspora europea y a realizar una rápida emigración a la tierra de Israel. Junto a esto la limitación británica a la emigración a la tierra de Israel fue duramente criticada.
Una rol importante en la preparación de la emigración a Israel cumplieron los kibutzim. En diversos aspectos implementaron las tradiciones de los kibutzim y las granjas de capacitación (hajsharot) sionistas, que habían funcionado en el periodo de entreguerras, especialmente en Polonia, y que constituían asociaciones colectivas de juventudes judías viviendo en comunidades sociales y económicas.
A menudo los kibutzim formaban parte de los campos de desplazados, pero sus integrantes vivían en unidades separadas y se esforzaban por mantener su independencia. Su propósito era preparar a sus miembros para la "aliá" (emigración) a la tierra de Israel. Ello incluía lecciones de hebreo, cursos sobre la historia de Israel y capacitación agrícola. El primero de este tipo fue el kibutz Buchenwald, fundado en el verano de 1945.